sábado, 13 de julio de 2013

LA SANTA SEDE Y SANTO DOMINGO EN EL SIGLO XVI - Embajador Fernando Pérez Memén


L
a naturaleza de este acto, es decir, un coloquio, un intercambio de ideas, me obliga  a seguir aquella norma de retórica  que dice: “Esto brevis est placebi”, que traducido del latín al castellano es: “sé breve y agradarás”.

Por esta razón no podré ampliar y agotar el tema, sino a presentar, lo más breve posible, algunos hechos y aspectos singulares de las relaciones entre la Santa Sede y Santo Domingo en la décimosexta centuria, así pues, permítanme llamarles la atención a que consideremos lo siguiente:

A partir del hecho trascendental del descubrimiento de la isla de Haití, Quisqueya o Babeque, bautizada por Colón La Española, y por Pedro Mártír de Angleria en seudo latín Hispaniola, la Santa Sede dejó sentir de manera directa su presencia política - religiosa, y más tarde, como efecto del regalismo de la Corona española de manera indirecta.

Para legitimar el dominio de la corona de Castilla en las nuevas tierras descubiertas, el Papa Alejandro VI expidió las bulas Inter caetera de 3 y 4 de mayo de 1493, que fueron la base de la Ley Primera, del Título III, del libro 1°, de la Recopilación de Las Leyes de Indias de 1680, la cual reza así: “Porque sabemos que por donación de la Santa Sede Apostólica y otros justos y legítimos títulos… somos señor de las Indias Occidentales… y están incorporadas a nuestra  Real Corona de Castilla”. Sobre este soporte los Reyes Católicos trazaron su política de conquista y de colonización comenzada en la isla La Española como punto de apoyo y extendida en toda América.

El Romano Pontífice Julio II por su bula  Illius Fulciti Praesidio datada el 15 de noviembre de 1504 delineó la primera Provincia Eclesiástica de América comenzando con la isla Española. Así erigió la Iglesia Metropolitana de Yaguate (Hyguatense), en lo que es hoy Santo Domingo; y en las diócesis sufragáneas de Bainoa (Bayunense), que cubría la región noroeste y Maguá (Maguense), que cubría el extenso territorio de La Vega, en el Centro de la Isla. La advocación de la Iglesia Metropolitana sería la Anunciación o Encarnación de María.

Interesado el regente de Castilla, Fernado de Aragٕón, en la dotación de las nuevas diócesis, obtuvo del Papa Julio II una nueva bula, la Ecclesiarum utilitati del 15 de noviembre de 1504, designando a Fray García de Padilla, O. F. M., primer obispo de Bainoa y de las Indias Occidentales, para cuya sede lo había presentado, el 14 de octubre del precitado año, cuando estaba en la campaña de Nápoles. Al año siguiente (14 de noviembre de 1505), el mismo Sumo Pontífice, expidió la bula Cum nos Nuper, por lo que nombraba al doctor Pedro Suárez de Deza Arzobispo Metropolitano de Yaguate.

Esta organización eclesiástica no llegó a concretarse a causa de que Fernando II exigió a través de su Embajador ante la Santa Sede Francisco Rojas, que el Papa le concediera el Patronato, a lo que accedió el Romano Pontífice mediante las bulas Universalis Ecclesiae regimini del 28 de julio de 1508, y la Eximiae Devotions affectus del 8 de abril de 1510.

Después  de una serie de intermitencias y de forcejeos diplomáticos entre la Corte Vaticana y la Corte de Madrid, se llegó finalmente a un cambio, a una nueva Bula, la Romanus Pontifex, del 1511 en la que se le imprime la organización ya concreta de la Iglesia en América. Conforme a esa bula solamente iban a haber dos diócesis en la isla La Española y una en Puerto Rico. La diócesis de Santo Domingo y la Concepción de La Vega, y la de Puerto Rico con Fray Alonso Manso; diócesis que debían depender del Arzobispado de Sevilla.

García Padilla no ocupó nunca la Sede de Santo Domingo. Hizo la erección  de la Catedral de Santo Domingo bajo el patronazgo de nuestra  Señora de la Encarnación, mediante acto que redactó y firmó en Burgos, asiento de la corte de Castilla, el 12 de mayo de 1512, y aprobado  por el rey el 22 del mismo mes y año. Consagrado en Burgos, el 27 de diciembre del precitado año, murió tres años más tarde, el 11 de noviembre de 1515, en Getafe, Madrid.

En relación a Pedro Suárez Deza, obispo de la Concepción y antiguo metropolitano de Yaguate, también erigió su Catedral en Burgos  el 12 de octubre de 1512, y diferente a García Padilla  llegó a sus sede, tras haber bendecido el solar donde se edificó  la Catedral de Santo Domingo, de conformidad con el acta oficial, datada el 26 de marzo de 1514.

Ambas sedes fueron fundidas por el Romano Pontífice Clemente VII, el 23 de diciembre de 1528 al designar a Sebastián Ramírez de Fuenleal mediante la bula Apostolatus officium, no obstante, se mantuvieran los nombres de esas sedes episcopales hasta el 1606.

Convendría significar que por el Regio Patronato Indiano, como a nivel del Estado español se le denominó, los Reyes Católicos tuvieron la facultad, la que consideraban como una regalía, como un derecho, mediante el cual pudieron ellos presentar obispos, arzobispos, y el Sumo Pontífice darle la aprobación  y su nombramiento episcopal, así también los canónigos, prebendados para la catedrales y los curas para las parroquias, pero también comprendía la erección y división de diócesis y arquidiócesis, y el regium exequartur, o pase regio, es decir, el consentimiento o negación de la entrada de los documentos de la Santa Sede a América o de ésta al Vaticano, construir iglesias, catedrales y conventos.

Mediante esa prerrogativa los Reyes Católicos obtuvieron un control extraordinario sobre la Iglesia Indiana, incluso lograron, al calor de las interpretaciones de los llamados autores regalistas o defensores de los derechos de la Corona, una grande ampliación de ella, de tal manera que intervenían en la Iglesia en todo lo que no tuviera que ver con el Dogma, en todo lo que no entrara en lo que se denomina Disciplina Interna. Fuera de ahí se inmiscuían en todos los asuntos eclesiásticos. Lo que dio lugar a que surgiera una teoría que se llamó: “el Regio Vicariato”, en la que se decía que los Reyes Católicos eran Delegados Pontificios en América, que ellos tenían la representación Papal y que a ellos competían todos los asuntos relacionados con la Iglesia que no afectase la doctrina o el Dogma. Esto dio lugar, además, a que los Reyes católicos impidieran que en América existiera un Embajador del Papa. No hubo nunca un Nuncio en América. Había uno en Madrid, pero éste solamente tenía que ver con los asuntos de la Iglesia española, en calidad de representante del Papa. De manera que la situación llegó a tal grado, que finalizando la dominación colonial española, el control que los Reyes tenían sobre la Iglesia era extraordinario y provocó serias dificultades, por lo cual los jesuítas objetaron esa política regalista, y fruto de su objeción  y de su contradicción fue el destierro que sufrieron tanto en España como en toda la América española y además, la petición de que fueran extinguidos como instituto religioso por el Rey Carlos III y por algunos reyes y príncipes europeos. Lo que obtuvieron poco tiempo después.

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