viernes, 3 de enero de 2014

DECÁLOGO DE EDUACIÓN EN VALORES

 PARA EL PRESENTE Y EL FUTURO
Ignacio Miranda

E
s normal que cada cierto tiempo,  palabras y términos se ponen de moda  caracterizando  esa época.

Y eso, es bueno. Lo malo es que se ignoren sus equivalencias del pasado.

Ahora, hay gente que entiende que no puede prescindir de los términos sostenibilidad, estratégico o estratégica, como sustantivo que da importancia a la siguiente expresión.

El propósito de este artículo es compartir con nuestros lectores una decena de términos que,  trasciendan el tiempo y el espacio,  para que sirvan al desarrollo integral de nuestro país y más allá de él.

El desarrollo integral,  lo entendemos aquí,  como un estado de bienestar,  común a  las personas de la sociedad porque se respeta su dignidad y todas ellas participan en el dinamismo creador y el disfrute de las riquezas naturales, económicas, culturales, espirituales, de la comunidad nacional.

Nuestra propuesta está orientada a presentar aquí unos valores, cuya práctica son carencias  tan sentidas como reales y que, a la luz del humanismo integral, tendrán permanencia siempre y en todo lugar.

Lo dicho arriba, se fundamenta en el hecho de que el humanismo integral se enraíza en la dimensión social de la Buena Noticia,  que, como señala San Pablo,  el modelo de maestro forjador de comunidad y orientador de personas que encarnen los valores que conducen al desarrollo integral, en el Capítulo XIII de  su carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y  por los siglos”.

Los valores que presentamos son: Paz, justicia, libertad, verdad, tolerancia, diálogo, democracia, humildad, austeridad,  identidad nacional.

Estos valores son un eje central de la convivencia social, de los cuales surgen muchos otros. Pero conviene advertir que,  como es característico de todos los valores, no solamente están en relación jerárquica como dependientes, sino que por su polaridad también tienen antivalores que los adversan.  
PAZ, es un estado de armonía consigo mismo, con quienes se está en proximidad física o afectiva, con los demás seres humanos; con los animales y las plantas; y, sobre todo, con Dios, Padre de la creación.

El Papa Pablo VI dijo, en el número 76 de  su Encíclica “El Desarrollo de los Pueblos (Populorum progressio):

 “Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordia y ponen la paz en peligro… Combatir la  miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y, por con siguiente, el bien común de la humanidad La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”.

Así como el saludo que Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria Dominicana, enseñó a los trinitarios fue: “Dios, Patria y Libertad”, el que Jesús enseñó a sus discípulos, de su época, y “por los siglos” y, por tanto a nosotros, fue: “La paz sea con ustedes”.

Sin embargo, el mundo vive en un estado de violencia, que es el antivalor de la paz.

Los dominicanos, en particular, cuya identidad se enraíza en la cultura cristiana, estamos comprometidos con el valor de la paz.

Lamentablemente la violencia, producto de unos cimientos culturales despóticos, con su secuela de agresiones y homicidios, contaminen nuestro ambiente físico y humano y quitan la paz a violentos, pacifistas e indiferentes. Felizmente, un anhelo de paz se anida en el corazón de todo ser humano que el pacifismo activo puede ser un instrumento para restaurar la paz.

LA JUSTICIA, es el reconocimiento de lo que a cada persona corresponde legítimamente, no necesariamente legalmente, puesto que hay leyes injustas, contrarias al bien común, decididas para favorecer intereses particulares casi siempre de los poderosos y en contra de los humildes. Pero siembre queda la esperanza de que, aunque puede tardar, la justicia es tan excelsa en la premiación como severa en la sanción.

LA LIBERTAD, es la capacidad de las personas y los pueblos para dirigirse a sí mismos, orientados por la razón: libertad sin racionalidad es animalidad, comportamiento propio de los seres inferiores.

LA VERDAD,  la concebimos como la expresión auténtica de un criterio.

Verdad y liberta son dos valores definitorios de la identidad nacional que nace inculturada por el humanismo cristiano. Nuestros símbolos patrios contienen el capítulo VIII del Evangelio según san Juan que, en sus versos 31 y 32 enseñan:

“Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.

Lamentablemente, estamos contaminados por una cultura despótica que induce a la opresión y a la mentira, con su secuela de idolatría, egolatría, adulación, aguaje. Educar en el valor de la autenticidad, como variable de la verdad es una urgente necesidad para restaurar nuestra identidad nacional. 

LA TOLERANCIA, la entendemos como el respeto a los criterios y las acciones ajenas que no compartimos, mientras nos reafirmamos en nuestras firmes convicciones.

Lo anterior no significa, en modo alguno aprobar el comportamiento de aquello con lo que no estamos de acuerdo. Eso sería infidelidad contra nosotros mismos, por falta de convicción, cobardía o inestabilidad.

EL DIÁLOGO, lo concebimos como el encuentro de auténtica intercomunicación, caracterizada por la práctica de la humildad y la sinceridad.

A juzgar por el comportamiento de comunicadores de la radio y la televisión, como también de los encuentros ocasionales en que participamos, da la impresión de que las conversaciones, generalmente, están muy lejos de ser diálogos. Más aún, ni siquiera son conversaciones enriquecedoras en las que se comparten las ideas individuales para encontrar la verdad. Parecería como si cada uno tuviera un discurso previamente elaborado y lo comunicara sin escuchar los demás.

Más aún, en ocasiones se observa que, mientras uno  habla, otro,  baja la cabeza o mira en dirección opuesta,  dando la impresión de desinterés no solo por el diálogo sino por la comunicación tan silenciosa como elocuente de los gestos.

Maestros y pedagogos del diálogo, como Paulo Friere y Jacques Maritain, nos enseñan unas líneas que podrían enriquecer nuestro comportamiento dialógico. 

LA DEMOCRACIA, es manifestación política de la libertad, mediante la cual los ciudadanos, libremente, delegan  su autoridad en un grupo político para que asuman el Gobierno del Estado en función del bien común.

Para que esto sea real, es necesaria una educación democrática en la que los ciudadanos sean conscientes de sus derechos y deberes y los conductores encarnen los valores de democracia y libertad de modo que con sus testimonios de vida manifiesten que son gerentes al servicio del bien común.

En nuestra realidad,  ni las un universidades, ni los partidos políticos, ni en las comunidades religiosas, están educando académica ni popularmente a los ciudadanos, con lo cual se erige un culto  a la ignorancia política.

Las normas y  estructuras electorales dan más importancia al dinero que a la autoridad del pueblo. Esto se evidencia cuando se reglamenta que el reconocimiento de un grupo está determinado más por oficinas instaladas que por el número de miembros  que realmente posee. De ahí que la política se haya convertido en un negocio en que cualquiera, con dinero, sin importar que proceda del juego de azar o de cualquier otro vicio, puede asumir funciones estatales sin poseer la menor capacidad política o moral social. Expresiones como estas: “negociación”, “salida negociada”, ya se usan con tanta frecuencia que invaden hasta el campo religioso.

LA HUMILDAD,  la concebimos  como la expresión de la sencillez que nos induce al reconocimiento de nuestras limitaciones y, al mismo tiempo,   al aprecio de las cualidades positivas de los demás.

La humildad no es un complejo de inferioridad, al contrario, contiene la riqueza del anhelo de superación constante. Sin embargo, su antivalor, que es la arrogancia, ahoga ese propósito de superar al sentirse sabio o poderoso. Una lección de espiritualidad de la humildad la podemos encontrar en el Magnificat, expresión de la Virgen María en la Visitación a su prima Isabel cuyo encuentro, también lo fue entre los dos primeros Juan  Jesús, precursor y autor del humanismo integral:

“….dijo María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador…  su misericordia llega a sus fieles generación tras generación. Su brazo intervine con fuerza, desbarata los planes de los soberbios, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide  vacío”: (Lucas, Capítulo I).

LA AUSTERIDAD, la concebimos como el valor que consiste en usar los recursos requeridos para satisfacer las necesidades reales, es decir adquirir los medios que conducen a elevar la calidad de vida, prescindiendo de las carencias ficticias.

Conviene destacar que la austeridad es el fundamento del ahorro.

El progreso personal y social que requiere la sociedad dominicana,  en este momento, debe recorrer este camino continuo y dinámico: ahorro, inversión, producción, empleo, producto, distribución: abastecimiento al mercado interno de bienes terminados e insumos, exportación de excedente cuando la empresa está dotada de competitividad, generación de divisas, importación, especialmente maquinarias.

LA IDENTIDAD NACIONAL, hemos dicho, en diversas ocasiones, es el compromiso con el respeto de los valores nacionales, de toda naturaleza que, como criaturas hemos encontrado y, como creadores, debemos perfeccionar e incrementar.


(Artículo publicado en la edición Octubre - Diciembre de la Revista "Humanismo Integral")

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.