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a decisión del Tribunal Constitucional (TC), sobre la
nacionalidad dominicana, que tanta energía y tiempo ha consumido, expresa
una línea de la identidad nacional.
Pocas decisiones en la historia reciente han producido tantas opiniones en pro
y en contra como esta.
A nuestro juicio, la mayor utilidad de esta decisión es
que ha servido para arrojar alguna luz
sobre una temática tan importante, que
se inserta dentro del comportamiento propio
de la época contaminada de una superficialidad tal que mucha gente opina
emocionalmente sin la formación e información suficientes para llegar a la
verdad.
Toda relación social fructífera, debe estar animada por
el valor de la solidaridad, que concebimos como la actitud de servicio
abierta a toda persona o comunidad para compartir penas o alegría; y más
específicamente por la subsidiaridad,
que supone una opción prioritaria con
quienes están en situaciones de extrema carencia.
Es obvio que el pueblo dominicano tiene el doble deber de
solidaridad y de subsidiaridad con Haití, partiendo de un criterio fundamental:
¡integración, siempre; fusión, jamás!.
Integración es la cooperación para alcanzar el bien
común, aportando cada uno según su capacidad y limitaciones; fusión es la
renuncia a la identidad de cada uno para crear un estado nuevo.
Nuestro Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, nos ha
legado unas enseñanzas histórica tan
profundas que serían las mejores pautas para aplicarlas en la solución de los
problemas presentes y futuros, como las que
citamos a continuación, extraídas de la recopilación de pensamientos
duartianos hecha por el eminente historiador Don Vetilio Alfau Durán, titulada
“Ideario de Duarte:
“Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que,
recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente
contra poderes excesivamente superiores, y veo como los vence y como sale de la
triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes
eminentes, el amor a la libertad y el valor; pero los dominicanos que en tantas
ocasiones han vertido gloriosamente su sangre, ¿lo habrán hecho solo para sellar la afrenta de que en premio de
sus sacrificios le otorguen sus dominadores la gracia de besarles la mano?
“La Nación dominicana es libre e independiente y no es ni
puede ser jamás parte integrante de ninguna otra Potencia, ni el patrimonio de
familia ni persona alguna propia ni mucho menos extraña”.
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe,
los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus
maquinaciones”.
Como nadie puede
dar lo que no tiene, nos parece que las opiniones deben girar en torno al
criterio de que la identidad nacional tiene primacía sobre la solidaridad y la
subsidiariedad
POSICIONES SOBRE LA SENTENCIA
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ercibimos que hay posiciones tanto en contra como a favor de la decisión, que, por el discurso y los antecedentes de sus
expositores, ocultan intereses particulares contrarios al bien común; como
también que existen posturas por simple
adhesión a grupos o personas afines.
Creemos, por deducciones de posiciones antecedentes, que
hay personas cuyas manifestaciones expresan su firmeza con la defensa de la
identidad nacional.
NUESTRA POSICIÓN
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reemos que, por encima de la legalidad de quienes son
nominalmente dominicanos, está la legitimidad del compromiso con los valores de
la identidad nacional, traducido en
hechos que avalan el discurso con los resultados.
Nuestras Historia,
en sus variables tanto lejana como
cercana, está repleta de ejemplos de dominicanos fieles a
la dominicanidad; y, de otros, que han dado primacía a sus intereses
particulares y a su sectarismo contra el bien común y el respeto por la
dignidad de todo ser humano.
Juan Pablo Duarte creía, encarnaba, y se comprometió en
la instauración de “una Republica libre,
soberana e independiente de toda dominación extranjera”; Santana, en cambio, le
rindió un gran servicio al país con relación a la separación de Haití, pero
gestionó la anexión a España, aceptó sus prebendas a cambio del servilismo y la adulación.
Duarte tenía una posición, fruto de convicciones
profundas, como lo avala la Restauración, los hechos que la antecedieron y los
discípulos que junto a él encarnaron la dominicanidad, por lo que combatieron
la anexión e iniciaron el camino de la restauración.
Hoy día tenemos una nueva forma de anexión al poder
extranjero representado por el capital en su doble vertiente de inversión y
deuda externa, así como el compromiso político. Esa anexión ha sido gestionada,
obtenida e incrementada por dirigentes que nadie cuestiona su legalidad
dominicana.
Dentro de tantos valores que definen la identidad
nacional, unos de los antivalores que más daño nos hace para continuar el
proyecto de Nación legada por Duarte, es la falta de unidad.
Creemos y proponemos economizar energía en discusiones
sobre posturas sectarias, y
orientar nuestros recursos humanos,
naturales, financieros, y de toda
naturaleza, para realizar una nueva restauración caracterizada por la unidad,
dando primacía al bien común nacional sobre el poder extranjero.
Ese rescate de la dominicanidad requiere de la identidad personal de todos y
cada uno de los dominicanos
Un dominicano ejemplar, que dedicó su vida al desarrollo integral de
nuestro país, usando especialmente la religión, la educación y los medios de
comunicación, se trata de Monseñor Juan Félix Pepén, en su último
libro “La Nación que Duarte Quiso,
nos deja este mensaje:
“Que
hagamos de la familia una Iglesia; de la Iglesia una familia; de la Patria un
altar y de las autoridades que la gobiernan sacerdotes de la dignidad, de la
responsabilidad, de la honradez y de la justicia”.
(Editorial de la edición Octubre - Diciembre de
la Revista "Humanismo Integral")
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