PARA EL PRESENTE Y EL FUTURO
Ignacio Miranda
E
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s normal que cada cierto tiempo, palabras y términos se ponen de moda caracterizando esa época.
Y eso, es bueno. Lo malo es que se ignoren sus
equivalencias del pasado.
Ahora, hay gente que entiende que no puede prescindir de
los términos sostenibilidad, estratégico o estratégica, como sustantivo que da
importancia a la siguiente expresión.
El propósito de este artículo es compartir con nuestros
lectores una decena de términos que,
trasciendan el tiempo y el espacio,
para que sirvan al desarrollo integral de nuestro país y más allá de él.
El desarrollo integral,
lo entendemos aquí, como un
estado de bienestar, común a las personas de la sociedad porque se respeta
su dignidad y todas ellas participan en el dinamismo creador y el disfrute de
las riquezas naturales, económicas, culturales, espirituales, de la comunidad
nacional.
Nuestra propuesta está orientada a presentar aquí unos
valores, cuya práctica son carencias tan
sentidas como reales y que, a la luz del humanismo integral, tendrán
permanencia siempre y en todo lugar.
Lo dicho arriba, se fundamenta en el hecho de que el
humanismo integral se enraíza en la dimensión social de la Buena Noticia, que, como señala San Pablo, el modelo de maestro forjador de comunidad y
orientador de personas que encarnen los valores que conducen al desarrollo
integral, en el Capítulo XIII de su
carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”.
Los valores que presentamos son: Paz, justicia, libertad,
verdad, tolerancia, diálogo, democracia, humildad, austeridad, identidad nacional.
Estos valores son un eje central de la convivencia
social, de los cuales surgen muchos otros. Pero conviene advertir que, como es característico de todos los valores,
no solamente están en relación jerárquica como dependientes, sino que por su
polaridad también tienen antivalores que los adversan.
PAZ, es un estado de armonía consigo mismo, con quienes
se está en proximidad física o afectiva, con los demás seres humanos; con los
animales y las plantas; y, sobre todo, con Dios, Padre de la creación.
El Papa Pablo VI dijo, en el número 76 de su Encíclica “El Desarrollo de los Pueblos
(Populorum progressio):
“Las diferencias
económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan
tensiones y discordia y ponen la paz en peligro… Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es
promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de
todos, y, por con siguiente, el bien común de la humanidad La paz no se reduce
a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas.
La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios,
que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”.
Así como el saludo que Juan Pablo Duarte, Padre de la
Patria Dominicana, enseñó a los trinitarios fue: “Dios, Patria y Libertad”, el
que Jesús enseñó a sus discípulos, de su época, y “por los siglos” y, por tanto
a nosotros, fue: “La paz sea con ustedes”.
Sin embargo, el mundo vive en un estado de violencia, que
es el antivalor de la paz.
Los dominicanos, en particular, cuya identidad se enraíza
en la cultura cristiana, estamos comprometidos con el valor de la paz.
Lamentablemente la violencia, producto de unos cimientos
culturales despóticos, con su secuela de agresiones y homicidios, contaminen
nuestro ambiente físico y humano y quitan la paz a violentos, pacifistas e
indiferentes. Felizmente, un anhelo de paz se anida en el corazón de todo ser
humano que el pacifismo activo puede ser un instrumento para restaurar la paz.
LA JUSTICIA, es el reconocimiento de lo que a cada
persona corresponde legítimamente, no necesariamente legalmente, puesto que hay
leyes injustas, contrarias al bien común, decididas para favorecer intereses
particulares casi siempre de los poderosos y en contra de los humildes. Pero
siembre queda la esperanza de que, aunque puede tardar, la justicia es tan
excelsa en la premiación como severa en la sanción.
LA LIBERTAD, es la capacidad de las personas y los
pueblos para dirigirse a sí mismos, orientados por la razón: libertad sin
racionalidad es animalidad, comportamiento propio de los seres inferiores.
LA VERDAD, la
concebimos como la expresión auténtica de un criterio.
Verdad y liberta son dos valores definitorios de la
identidad nacional que nace inculturada por el humanismo cristiano. Nuestros
símbolos patrios contienen el capítulo VIII del Evangelio según san Juan que,
en sus versos 31 y 32 enseñan:
“Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente
discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.
Lamentablemente,
estamos contaminados por una cultura despótica que induce a la opresión y a la
mentira, con su secuela de idolatría, egolatría, adulación, aguaje. Educar en
el valor de la autenticidad, como variable de la verdad es una urgente
necesidad para restaurar nuestra identidad nacional.
LA TOLERANCIA, la entendemos como el respeto a los
criterios y las acciones ajenas que no compartimos, mientras nos reafirmamos en
nuestras firmes convicciones.
Lo anterior no significa, en modo alguno aprobar el
comportamiento de aquello con lo que no estamos de acuerdo. Eso sería
infidelidad contra nosotros mismos, por falta de convicción, cobardía o
inestabilidad.
EL DIÁLOGO, lo concebimos como el encuentro de auténtica
intercomunicación, caracterizada por la práctica de la humildad y la
sinceridad.
A juzgar por el
comportamiento de comunicadores de la radio y la televisión, como también de
los encuentros ocasionales en que participamos, da la impresión de que las
conversaciones, generalmente, están muy lejos de ser diálogos. Más aún, ni
siquiera son conversaciones enriquecedoras en las que se comparten las ideas
individuales para encontrar la verdad. Parecería como si cada uno tuviera un
discurso previamente elaborado y lo comunicara sin escuchar los demás.
Más aún, en ocasiones se observa que, mientras uno habla, otro,
baja la cabeza o mira en dirección opuesta, dando la impresión de desinterés no solo por
el diálogo sino por la comunicación tan silenciosa como elocuente de los
gestos.
Maestros y pedagogos del diálogo, como Paulo Friere y
Jacques Maritain, nos enseñan unas líneas que podrían enriquecer nuestro
comportamiento dialógico.
LA DEMOCRACIA, es manifestación política de la libertad,
mediante la cual los ciudadanos, libremente, delegan su autoridad en un grupo político para que
asuman el Gobierno del Estado en función del bien común.
Para que esto sea real, es necesaria una educación
democrática en la que los ciudadanos sean conscientes de sus derechos y deberes
y los conductores encarnen los valores de democracia y libertad de modo que con
sus testimonios de vida manifiesten que son gerentes al servicio del bien
común.
En nuestra realidad,
ni las un universidades, ni los partidos políticos, ni en las
comunidades religiosas, están educando académica ni popularmente a los
ciudadanos, con lo cual se erige un culto
a la ignorancia política.
Las normas y
estructuras electorales dan más importancia al dinero que a la autoridad
del pueblo. Esto se evidencia cuando se reglamenta que el reconocimiento de un
grupo está determinado más por oficinas instaladas que por el número de miembros que realmente posee. De ahí que la política
se haya convertido en un negocio en que cualquiera, con dinero, sin importar
que proceda del juego de azar o de cualquier otro vicio, puede asumir funciones
estatales sin poseer la menor capacidad política o moral social. Expresiones
como estas: “negociación”, “salida negociada”, ya se usan con tanta frecuencia
que invaden hasta el campo religioso.
LA HUMILDAD, la
concebimos como la expresión de la
sencillez que nos induce al reconocimiento de nuestras limitaciones y, al mismo
tiempo, al aprecio de las cualidades positivas de los
demás.
La humildad no es un complejo de inferioridad, al
contrario, contiene la riqueza del anhelo de superación constante. Sin embargo,
su antivalor, que es la arrogancia, ahoga ese propósito de superar al sentirse
sabio o poderoso. Una lección de espiritualidad de la humildad la podemos
encontrar en el Magnificat, expresión de la Virgen María en la Visitación a su
prima Isabel cuyo encuentro, también lo fue entre los dos primeros Juan Jesús, precursor y autor del humanismo
integral:
“….dijo María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios, mi Salvador… su
misericordia llega a sus fieles generación tras generación. Su brazo intervine
con fuerza, desbarata los planes de los soberbios, derriba del trono a los
poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos los despide vacío”: (Lucas,
Capítulo I).
LA AUSTERIDAD, la concebimos como el valor que consiste
en usar los recursos requeridos para satisfacer las necesidades reales, es
decir adquirir los medios que conducen a elevar la calidad de vida,
prescindiendo de las carencias ficticias.
Conviene destacar que la austeridad es el fundamento del
ahorro.
El progreso personal y social que requiere la sociedad dominicana, en este momento, debe recorrer este camino
continuo y dinámico: ahorro, inversión, producción, empleo, producto,
distribución: abastecimiento al mercado interno de bienes terminados e insumos,
exportación de excedente cuando la empresa está dotada de competitividad,
generación de divisas, importación, especialmente maquinarias.
LA IDENTIDAD NACIONAL, hemos dicho, en diversas ocasiones, es el compromiso
con el respeto de los valores nacionales, de toda naturaleza que, como
criaturas hemos encontrado y, como creadores, debemos perfeccionar e
incrementar.
(Artículo publicado en la edición Octubre - Diciembre de
la Revista "Humanismo Integral")
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