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a
naturaleza de este acto, es decir, un coloquio, un intercambio de ideas, me
obliga a seguir aquella norma de
retórica que dice: “Esto brevis est
placebi”, que traducido del latín al castellano es: “sé breve y agradarás”.
Por
esta razón no podré ampliar y agotar el tema, sino a presentar, lo más breve
posible, algunos hechos y aspectos singulares de las relaciones entre la Santa
Sede y Santo Domingo en la décimosexta centuria, así pues, permítanme llamarles
la atención a que consideremos lo siguiente:
A
partir del hecho trascendental del descubrimiento de la isla de Haití,
Quisqueya o Babeque, bautizada por Colón La Española, y por Pedro Mártír de
Angleria en seudo latín Hispaniola, la Santa Sede dejó sentir de manera directa
su presencia política - religiosa, y más tarde, como efecto del regalismo de la
Corona española de manera indirecta.
Para
legitimar el dominio de la corona de Castilla en las nuevas tierras
descubiertas, el Papa Alejandro VI expidió las bulas Inter caetera de 3 y 4 de
mayo de 1493, que fueron la base de la Ley Primera, del Título III, del libro
1°, de la Recopilación de Las Leyes de Indias de 1680, la cual reza así:
“Porque sabemos que por donación de la Santa Sede Apostólica y otros justos y
legítimos títulos… somos señor de las Indias Occidentales… y están incorporadas
a nuestra Real Corona de Castilla”.
Sobre este soporte los Reyes Católicos trazaron su política de conquista y de
colonización comenzada en la isla La Española como punto de apoyo y extendida
en toda América.
El
Romano Pontífice Julio II por su bula Illius
Fulciti Praesidio datada el 15 de noviembre de 1504 delineó la primera
Provincia Eclesiástica de América comenzando con la isla Española. Así erigió
la Iglesia Metropolitana de Yaguate (Hyguatense), en lo que es hoy Santo
Domingo; y en las diócesis sufragáneas de Bainoa (Bayunense), que cubría la región
noroeste y Maguá (Maguense), que cubría el extenso territorio de La Vega, en el
Centro de la Isla. La advocación de la Iglesia Metropolitana sería la
Anunciación o Encarnación de María.
Interesado
el regente de Castilla, Fernado de Aragٕón, en la dotación de las nuevas
diócesis, obtuvo del Papa Julio II una nueva bula, la Ecclesiarum utilitati del
15 de noviembre de 1504, designando a Fray García de Padilla, O. F. M., primer
obispo de Bainoa y de las Indias Occidentales, para cuya sede lo había
presentado, el 14 de octubre del precitado año, cuando estaba en la campaña de
Nápoles. Al año siguiente (14 de noviembre de 1505), el mismo Sumo Pontífice,
expidió la bula Cum nos Nuper, por lo que nombraba al doctor Pedro Suárez de
Deza Arzobispo Metropolitano de Yaguate.
Esta
organización eclesiástica no llegó a concretarse a causa de que Fernando II
exigió a través de su Embajador ante la Santa Sede Francisco Rojas, que el Papa
le concediera el Patronato, a lo que accedió el Romano Pontífice mediante las
bulas Universalis Ecclesiae regimini del 28 de julio de 1508, y la Eximiae
Devotions affectus del 8 de abril de 1510.
Después de una serie de intermitencias y de forcejeos
diplomáticos entre la Corte Vaticana y la Corte de Madrid, se llegó finalmente
a un cambio, a una nueva Bula, la Romanus Pontifex, del 1511 en la que
se le imprime la organización ya concreta de la Iglesia en América. Conforme a
esa bula solamente iban a haber dos diócesis en la isla La Española y una en
Puerto Rico. La diócesis de Santo Domingo y la Concepción de La Vega, y la de
Puerto Rico con Fray Alonso Manso; diócesis que debían depender del Arzobispado
de Sevilla.
García
Padilla no ocupó nunca la Sede de Santo Domingo. Hizo la erección de la Catedral de Santo Domingo bajo el
patronazgo de nuestra Señora de la
Encarnación, mediante acto que redactó y firmó en Burgos, asiento de la corte
de Castilla, el 12 de mayo de 1512, y aprobado
por el rey el 22 del mismo mes y año. Consagrado en Burgos, el 27 de
diciembre del precitado año, murió tres años más tarde, el 11 de noviembre de
1515, en Getafe, Madrid.
En
relación a Pedro Suárez Deza, obispo de la Concepción y antiguo metropolitano
de Yaguate, también erigió su Catedral en Burgos el 12 de octubre de 1512, y diferente a
García Padilla llegó a sus sede, tras
haber bendecido el solar donde se edificó
la Catedral de Santo Domingo, de conformidad con el acta oficial, datada
el 26 de marzo de 1514.
Ambas
sedes fueron fundidas por el Romano Pontífice Clemente VII, el 23 de diciembre
de 1528 al designar a Sebastián Ramírez de Fuenleal mediante la bula Apostolatus
officium, no obstante, se mantuvieran los nombres de esas sedes
episcopales hasta el 1606.
Convendría
significar que por el Regio Patronato Indiano, como a nivel del Estado español
se le denominó, los Reyes Católicos tuvieron la facultad, la que consideraban
como una regalía, como un derecho, mediante el cual pudieron ellos presentar
obispos, arzobispos, y el Sumo Pontífice darle la aprobación y su nombramiento episcopal, así también los
canónigos, prebendados para la catedrales y los curas para las parroquias, pero
también comprendía la erección y división de diócesis y arquidiócesis, y el regium
exequartur, o pase regio, es decir, el
consentimiento o negación de la entrada de los documentos de la Santa Sede a
América o de ésta al Vaticano, construir iglesias, catedrales y conventos.
Mediante
esa prerrogativa los Reyes Católicos obtuvieron un control extraordinario sobre
la Iglesia Indiana, incluso lograron, al calor de las interpretaciones de los
llamados autores regalistas o defensores de los derechos de la Corona, una
grande ampliación de ella, de tal manera que intervenían en la Iglesia en todo
lo que no tuviera que ver con el Dogma, en todo lo que no entrara en lo que se
denomina Disciplina Interna. Fuera de ahí se inmiscuían en todos los asuntos
eclesiásticos. Lo que dio lugar a que surgiera una teoría que se llamó: “el
Regio Vicariato”, en la que se decía que los Reyes Católicos eran Delegados
Pontificios en América, que ellos tenían la representación Papal y que a ellos
competían todos los asuntos relacionados con la Iglesia que no afectase la
doctrina o el Dogma. Esto dio lugar, además, a que los Reyes católicos
impidieran que en América existiera un Embajador del Papa. No hubo nunca un
Nuncio en América. Había uno en Madrid, pero éste solamente tenía que ver con
los asuntos de la Iglesia española, en calidad de representante del Papa. De
manera que la situación llegó a tal grado, que finalizando la dominación
colonial española, el control que los Reyes tenían sobre la Iglesia era
extraordinario y provocó serias dificultades, por lo cual los jesuítas
objetaron esa política regalista, y fruto de su objeción y de su contradicción fue el destierro que
sufrieron tanto en España como en toda la América española y además, la
petición de que fueran extinguidos como instituto religioso por el Rey Carlos
III y por algunos reyes y príncipes europeos. Lo que obtuvieron poco tiempo
después.
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