C
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uando comienza un nuevo Gobierno, siempre se habla de los 100 días, como
una expresión de tolerancia y espera de presentación de líneas que podrían
aparentar definiciones del estilo de gobernar.
Los hechos que han caracterizado este lapso, desde la toma de posesión del Presidente Danilo Medina, no indican
tolerancia ni tampoco eficiencia, y mucho menos eficacia
gerenciales.
Para la oposición, somos reiterativos al afirmar que no es
serio exigir a otras personas lo que no se ha hecho o no haría en situaciones similares. Y mucho menos en tan corto
tiempo.
Para el Gobierno, mantener en las funciones a funcionarios que, sin lugar a
dudas, cometieron graves errores, no es un
comportamiento indicador de perspectivas de rectificación.
La llamada reforma fiscal, es la mejor demostración de que, por incapacidad o mala fe, no se percibe la intención de orientar una política económica promotora del desarrollo en
función del bien común.
Cualquier persona con algunos conocimientos y experiencia en economía, sabe
muy bien que la política fiscal y la política monetaria, constituyen las dos
variables fundamentales de la política económica. La primera, programa usar con racionalidad los ingresos que con equidad y
justicia recibe de los contribuyentes; y la segunda, se orienta al uso racional del dinero con miras a la estabilización en función
del crecimiento sostenible.
II
D
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esde que se dio a conocer la propuesta presentada por el equipo económico,
antes de mandarla al Congreso, tras un rechazo generalizado, ya sufrió
modificación.
Luego de una aprobación al vapor, por parte de los congresistas, en tan
solo dos semanas, inmediatamente fue propuesta y aprobada una ley para
complacer a los compradores por internet.
Desde el principio se observan claramente dos líneas en “la reforma fiscal:
favorecer a los poderosos y oprimir aún más a la clases media y baja.
Quienes en el pasado Gobierno llamaron
“reforma fiscal” al incremento del ingreso por la vía más fácil que es el
impuesto al consumo, son los mismos protagonistas en el presente y han seguido
un comportamiento similar.
Quisiéramos creer que esa no es la intención del presidente Medina. Por esto queremos decirle: ¡Despierte, Señor Presidente!.
En razón de que el Estado es el rector del bien común y su Gobierno el
conjunto de funcionarios al servicio del bienestar colectivo, el presupuesto
estatal, como instrumento de ejecución de la política fiscal, estima primero
los egresos en que hay que incurrir para satisfacer las necesidades de los
gobernados y, a partir de ahí, establece los ingresos
requeridos y factibles.
El proceso de aprobación de la llamada reforma fiscal, ha sido motivo
de protestas con consecuencias tan graves
como la muerte de un estudiante de medicina que podría haber puesto su
conocimiento al servicio de la vida.
Algunos afirman que “la reforma fiscal” es un mal menor.
Por supuesto, la mayoría de los funcionarios públicos que reciben sueldos
elevados están muy contentos porque seguirán cobrando una suma que muchos de
ellos jamás recibirían en el sector privado.
Lo peor de todo, es que funcionarios de organismos
financieros internacionales, como el Banco Mundial,
no entiendo si por mala fe o ignorancia, se atrevan a justificar elevar las
cargas tributarias bajo el argumento de que “RD siempre ha cobrado pocos
impuestos”.
Lo que no se dice es que aquí son las clases media y baja las que más pagan porque se trata de impuestos a los
consumidores, incluyendo los desempleados. Esto, sumado a la especulación, se convierte en un doble
elemento inflacionario.
III
H
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emos insistido en la necesidad de una reforma
fiscal con características totalmente diferentes a la aprobada, partiendo del
concepto mismo política fiscal, de la que se desprenden las
siguientes variables: a) en el presupuesto estatal, se estiman primero los
egresos según las necesidades reales de la sociedad, representada por el Estado como administrador del
bien común; b) se establecen las prioridades según las exigencias para elevar
la calidad de vida de todo el pueblo; c) se calculan los ingresos cotejando las
carencias, según su urgencia, con la capacidad tributaria de las personas físicas y morales.
Los desembolsos deben orientarse en dos direcciones: a) gastos, destinados
a la nómina de los funcionarios públicos y las necesidades inherentes a estas
funciones hasta el monto requerido para la eficacia y la eficiencia de los
servicios públicos; b) inversiones destinadas a crear la infraestructura humana
y física para impulsar el desarrollo.
Los ingresos tributarios deben proceder: a) de los beneficios empresariales
porque el pago se hace después de haber cumplido con todos sus gastos, b) de
las personas físicas y morales de altos niveles de ingreso, incluyendo los
profesionales liberales.
Bajo las actuales circunstancias, una fuente de altos ingresos sería la
reducción a su mínima expresión del sacrificio fiscal que supone las
exoneraciones y las evasiones impositivas. Son
injustificables los privilegios otorgados en favor de personas y entidades, incluso empresas.
Tampoco son moralmente admisibles los subsidios a empresa de servicios
públicos, comenzando por la CDEEE, que esconden incapacidad gerencial y
corrupción administrativa disfrazadas de costo
Insistimos, una vez más, en que la CDEEE debe ser una empresa con una estructura en donde converjan 3 gerencias:
generación, distribución y superintendencia, de capital mixto entre el Estado y
sus usuarios, especialmente los industriales y los municipios. Y que el
criterio fundamental de gerencia eficiente y eficaz sea costos reales e ingresos
por servicios prestados, de modo que cada usuario pague ni más ni menos lo
consumido.
III
Es evidente que, en la denominada “reforma fiscal” no se ha procedido con criterio de eficiencia y eficacia gerenciales. Simplemente se ha
calculado cómo incrementar los ingresos de la manera más fácil.
Nuestra propuesta consiste en un cambio estructural de los egresos,
fusionando todas las funciones que representan actividades similares y
unificando en un solo ministerio diversos cargos
cuyos servicios pueden ser rendidos desde una dirección general.
Un Gobierno como el dominicano, para un pueblo de alrededor de doce
millones de personas, sería suficiente una estructura con una docena de ministerios y dos docenas de viceministerios, uno
administrativo y otro técnico; además de los directores y otros empleados de
menor rango requeridos para que el Estado pueda cumplir su rol de rector del
bien común.
Este criterio de austeridad es aplicable, también, a
los demás poderes del Estado, los municipios, los organismos descentralizados,
las empresas estatales y el servicio exterior.
Y que no se diga que las leyes lo impiden, porque de la misma manera que el proceso de aprobación de la llamada
reforma fiscal duró poco más de dos semanas, se pueden también
modificar las leyes.
Y si el PLD, con el poder decisorio que posee, no es capaz de aprobar un cambio estructural del presupuesto para
orientarlo hacia un desarrollo integral en función del bien común, respondiendo
a una nueva propuesta del Poder Ejecutivo, entonces habría que usar la
expresión conocida: “con amigos así no se necesitan enemigos”.
El Licenciado Danilo Medina, no debe ignorar que él es el Presidente de todos los dominicanos y
que la Historio lo juzgará con justicia, según sus hechos, y que ésta es tan
excelsa en la premiación como severa en la sanción.
(Editorial de la edición octubre - diciembre de 2012 de la revista
"HUMANISMO INTEGRAL": "LOS 100 DÍAS DEL PRESIDENTE MEDINA Y SU PROPUESTA FISCAL".)
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